alma y espíritu, bautizada en el Espíritu Santo, en toda mi vida, vida eterna,
¡Hola, obispo!
Como muchos testimonios aquí colocados, yo también pasé por eso. Llegué a la Universal a los 15 años. Era roquera y metalera. A los 13 años había intentado suicidarme, y lo iba a intentar nuevamente, cuando mi hermano me llevó a la iglesia.
¡Ah, qué día!
Desde la primera oración hasta la última, lloré copiosamente, como si estuviera naciendo aquel día. Ya no era un llanto sin consuelo, o de angustia. ¡Allí sentí paz! Una paz jamás sentida en toda mi vida. Consecuencia: me entregué de cuerpo, alma y espíritu.
Llegué a casa y, el mismo día, tiré las cosas que me unían al rock. Al principio, mi madre pensaba que yo estaba loca, pero vio algo en mí que nunca había visto – una sonrisa, un brillo diferente.
Entonces comenzaron las luchas.
Mi padre, que ya era un hombre odioso, violento y orgulloso no aceptó ese cambio en mí. Voy a decir que incluso lo odiaba profundamente. Dormía con un cuchillo debajo de la almohada para matarlo, pues, desde muy pequeña veía su violencia hacia mis hermanos y hacia mi mamá. Pero, a partir de aquel día, ya no lo veía de la misma forma.
Sabía, de alguna manera, que así como yo vi una “luz”, él también la tenía que ver, pues solo así dejaría de ser esa persona.
Con solo un mes en la iglesia, fui bautizada en el Espíritu Santo, y apenas Lo recibí, siguieron las luchas. A mi madre le pegaban por encubrirme para que yo fuera a la iglesia.
Hasta que, cuando fui levantada a obrera, mi padre me expulsó de mi casa, pues siempre me amenazaba y me decía lo mismo que el padre de Paloma: que prefería verme en una esquina como una prostituta a verme dentro de la Universal.
Eso no me trajo tristeza. Al contrario, yo Le decía a Dios que era una honra estar “sufriendo” por amor a Él, ¡un privilegio! Estuve casi 2 años sin poder ver a mi madre, pues mi padre les dio orden a sus “matones”, que andaban armados, de que me mataran si yo me acercaba a mi casa.
Fueron días difíciles.
Estuve 15 días durmiendo en la calle. Abría la iglesia, yo entraba, usaba el baño y me cambiaba con la poca ropa que mi hermano lograba llevarme disimuladamente en una bolsita de plástico. Dios abrió las puertas y encontré a personas realmente generosas y dispuestas a ayudarme. Con todo, nunca abandoné mi fe ni dejé de servir a mi Señor Jesús. Fueron 5 años de lucha, pero yo tenía un voto con Dios: el día que mi padre pusiera los pies en la iglesia, nunca más saldría.
Muchas cosas sucedieron con él. Lamentablemente tuvo que llegar muy al fondo para reconocer a Dios, ¡pero así fue!
Mi padre se convirtió en un mendigo de la calle, comiendo basura, con piojos y el brazo roto por sus “compañeros”. Pero allí donde él estaba, fui a llevarle un pantalón y una remera que había consagrado en la iglesia, y mi invitación de casamiento, pues Dios ya me había bendecido con un hombre de Dios. Y él, humillado, sin levantar los ojos, lloró mucho.
No era ni la sombra de aquel hombre orgulloso, imponente, que a todos les provocaba miedo. Fue muy difícil verlo en esa situación, pero no me dejé llevar por mis sentimientos, era el momento de poner en práctica la fe.
Le pedí que fuese a mi casamiento y le dije que dejaría su ropa en la casa de mi hermana, para que nadie la robase.
Y para mi alegría, el día de mi casamiento, la primera persona que vi de pie en la puerta de la iglesia, con la cabeza baja, ¡fue mi padre!
De nuevo puedo decir “¡AH, QUÉ DÍA!”
Yo no sabía si reía o si lloraba, pues sabía que tenía un voto con Dios, y que aquel era el día en que mi padre sería tocado. Aunque no oyese la prédica de Salvación y la oración de liberación, la presencia de Dios estaba en aquel lugar, ¡y él sería tocado como yo lo fui!
A partir de ese día, mi padre aceptó al Señor Jesús, comenzó a ir a la iglesia, y yo jugaba con él diciéndole: “¡Estás muy fanático, eh papi! Jajaja…” Él se reía y decía “Sí hija, ahora sé por qué dejaste todo.”
Hace 28 años que estoy en la presencia de este Dios maravilloso, y Lo sirvo con todas mis fuerzas en Su altar. Creo que mi padre y mi querida madre disfrutan de la Vida Eterna prometida por Él.
Discúlpeme por extenderme tanto.
Quiero dejar aquí un abrazo, obispo, y agradecerle por soportar todo, ¡y enseñarnos a ser luchadores y perseverantes!
Ana Mara
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