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Creo que no hay nada más valioso en este mundo que la certeza de la salvación del alma. No fue, no es ni será fácil combatir el buen combate y guardar la fe. Sin embargo, la compasión Divina me encontró.
¿Cuál es el secreto para conquistar y mantener la salvación?
La obediencia a la Palabra de Dios.
Eso me costó sacrificar los pecados de la juventud.
Me costó sacrificar la idolatría por mi madre, perdonar a mis verdugos, huir de las malas compañías, sufrir injusticias sin poder hacer nada…
En esta larga caminata, cada día cargaba mi cruz de sacrificios.
Fue difícil, pero nada más allá de la capacidad de soportar. Incluso porque mi salvación siempre fue lo más importante.
No podía distraerme de ninguna manera. Todo y cualquier sacrificio por ella valdría la pena.
Mantener la conciencia limpia, seguir adelante y sin mirar para atrás fue, y ha sido, fundamental en el cimiento de la fe.
Como espíritu demoníaco, el pecado siempre asedia a sus víctimas para desanimarlas en la obediencia.
Aprendí que aquel a quien obedecemos es nuestro señor.
Si obedecemos al pecado, él se vuelve nuestro señor e impide las promesas Divinas.
Si obedecemos la Palabra de Dios, entonces Jesús es nuestro Señor y Sus promesas nos perseguirán. Deuteronomio 28:2
Aprendí que la fe en Dios no tiene nada que ver con los sentimientos. Ella se resume en la obediencia a Su Palabra.
Finalmente, por la fe en el Señor Jesucristo, adquirí la perla de gran valor, encontré el tesoro escondido y alcancé la salvación.
Pero ella sólo estará garantizada si permanezco así hasta la muerte.
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