el propio Dios, las manos de Dios,
“Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda al Señor. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró el Señor con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.” (Génesis 4.3-5)
Cuando Caín llevó al Altar su ofrenda, Dios no Se agradó de él ni de su ofrenda. ¿Y por qué? En realidad, Caín podría haber hecho en el Altar mucho más de lo que hizo, y Dios sabía eso. Él fue reprobado por el Propio Dios, y sabía que esa reprobación iba a reflejarse en su vida, por eso decayó su semblante. Su trabajo, su futuro, todo en su vida estaba comprometido con el fracaso, a fin de cuentas, él había desagradado al Todopoderoso, al Único que podría bendecir su vida en todo.
En el caso de Abel, Dios Se agradó de él y de lo que él ofreció en el Altar, pues Abel hizo un verdadero sacrificio. Su sacrificio fue excelente, fue perfecto, y por eso salió del Altar diferente a su hermano, consciente de que su trabajo y todo su futuro estaba en las manos de Dios.
Tanto Abel como Abraham fueron probados y aprobados, vencieron. Por otro lado, Caín fue reprobado.
“…Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.” (Apocalipsis 2.17)
Obispo Edir Macedo
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