cambiar la vida de todos, la Obra de Dios,
Con todas las dificultades que enfrentamos en la vida, es el deseo de todos que venga un milagro de repente y lo cambie todo. El problema es que, si bien Dios tiene el poder de cambiar la vida de todos, ese no es el propósito principal de su presencia entre nosotros.
Vemos evidencia de esto cuando Jesús sanó a un hombre que había estado ciego desde su nacimiento:
‘”Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”. (Juan 9: 2–3)
El ciego en cuestión no había demostrado ninguna fe en Jesús, pero Jesús todavía quería que la obra de Dios se manifestara a través de él. Jesús puso barro en los ojos de este hombre y le dijo que los lavara en el estanque de Siloé. El hombre obedeció y experimentó un milagro de proporción trascendental.
El hombre nació ciego, pero cuando se encontró con Jesús, su fe se puso a la altura de las circunstancias y recibió su vista. Pero eso era solo una parte de la obra de Dios que Jesús quería hacer en su vida:
“… y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él?” (Juan 9: 35–36)
Cuando Jesús lo encontró por segunda vez, el hombre que había sido ciego no lo reconoció, ya que no lo había visto antes. Fue sanado por Jesús pero no sabía quién era realmente. En cambio él mostró un deseo de conocerlo.
“Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró”. (Juan 9: 37–38)
La obra de Dios que Jesús quería hacer en la vida de este hombre fue la salvación de su alma. Este hombre no nació de Dios, y un milagro solo no fue suficiente para salvar su alma. También tenía que curar sus ojos espirituales, para que Dios pudiera realizar su obra completa en él. Cuando adoró al Señor Jesús, se entregó a Él.
Jesús vino a este mundo con un propósito mucho más alto que traer bendiciones materiales: quiere salvar nuestras almas. Los milagros deberían ser una consecuencia de nuestra fe en Dios, no la causa de ello. No debemos acudir a Dios en busca de bendiciones materiales, sino en reconocimiento de su autoridad y sacrificio, a través del cual se nos puede conceder la salvación.
Los problemas surgen cuando las personas insisten en mirar con sus ojos físicos las condiciones que los rodean, cuando deberían estar viendo, con ojos espirituales, el propósito de Dios para ellos. Jesús siempre llama a los ciegos a conocerlo. ¿Pero están listos para abandonar sus vidas y rendirse a Jesús, independientemente de las bendiciones?
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