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Es mi derecho, no me lo puede quitar

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Una de las revelaciones más importantes que Dios reveló a Su iglesia en los últimos días es la importancia de llevar consigo una fe viva, atrevida y práctica. El tipo de fe y creencia que requiere esfuerzo o sacrificio para conquistar las promesas de Dios, sobretodo la promesa más importante de todas:  el bautismo del Espíritu Santo.

Cuando nos fijamos en Jacob y Esaú, podemos entender el tipo de actitud que llama la atención de Dios.

Jacob no sólo DESEABA HEREDAR la primogenitura. El la QUERÍA CONQUISTAR, y luchó toda su vida para lograr lo que para él era de gran valor, porque representaba la promesa de Dios. Desde el vientre de su madre, Jacob ya luchaba por algo que por derecho le pertenecía  a su hermano Esaú. Esaú, sin embargo, fue incapaz de apreciar el privilegio que había “heredado”.

Cuando Esaú llegó  con hambre después de un día de caza, intercambió su mayor bien por un plato de lentejas. Estoy seguro que en el fondo debió haber pensado “Es mi derecho, no me lo puede quitar.” Pero eso no cambia el hecho  de que no le dió valor a la cosa más preciosa que poseía. El despreció su primogenitura, el derecho de continuar el linaje de patriarcas. Por lo tanto, el Dios de Abraham y Isac nunca pudo haberse llamado el Dios de Esaú. Y Jacob, a pesar de usar métodos inconvenientes para lograr la primogenitura, demostró con sus actidues cuánto significaba para el. Se ganó un derecho que no tenía, y Dios le cambió el nombre a Israel. Entonces, ¿quienes son los que reciben las promesas más importantes y maravillosas de Dios?

Los que reconocen que el Espíritu Santo no tiene precio, y que para lograrlo se merece hacer cualquier esfuerzo. Son aquellos que están dispuestos a sacrificar sus deseos y a entregarse para ser llenos de Dios. En resumen, son aquellos que no se entristecen, que no se esconden, y no miran atrás cuando escuchan hablar del sacrificio.

Obispo Celso Junior

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