“Y tres veces al año Salomón ofrecía holocaustos y ofrendas de paz sobre el altar que él había edificado al Señor, quemando incienso al mismo tiempo sobre el altar que estaba delante del Señor después que terminó la casa.” (1 Reyes 9:25)
Existe una correlación inquebrantable entre el Altar y Dios. Vemos en la Biblia que cuando las personas valoraban el Altar de Dios, en realidad estaban valorando a Dios. Dado que Dios es invisible, el Altar se convierte en una representación de Aquel a quien servimos.
David y Salomón valoraron el Altar y vemos que sus vidas y el reino representaron cómo cuidaron el Altar y el Templo de Dios.
Sin embargo, en tiempos de Acab, Elías tuvo que reconstruir el Altar que estaba en ruinas (1 Reyes 18:31) y la vida del pueblo de Israel en ese momento reflejaba exactamente eso: ellos también estaban en ruinas.
Recordemos siempre que fue en el Altar donde encontramos a nuestro Dios, y de allí nunca nos apartemos.
“Entonces llegaré al altar de Dios, a Dios, mi supremo gozo; y al son de la lira te alabaré, oh Dios, Dios mío.” (Salmos 43:4)