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En el desierto de Zin, el pueblo estaba sediento y no había agua para el consumo. Las personas comenzaron a reclamarle a Moisés, quien Le rogó a Dios por una solución, y el Señor le ordenó que le hablara a la peña para que de ella saliera el agua que saciaría la sed de todos. Números 20
¡Imagínese a un líder que, durante 39 años, conducía a alrededor de tres millones de personas por el desierto, las cuales, sucesivamente, lo culpaban por cualquier dificultad y frustración! Más allá de esa gran responsabilidad, Moisés además sufría silenciosamente por la muerte de su hermana, María.
En un instante de ira, él golpeó la peña dos veces en vez de hablarle. Esa actitud entristeció muchísimo a Dios, que le impidió entrar a la Tierra Prometida.
Quizás usted esté pensando que lo que hizo Moisés no haya sido tan grave y que ciertamente su debilidad iba a ser comprendida por Dios, ¿no es cierto? No, no es cierto. Las cosas se pusieron mucho peores para Moisés y para su hermano, Aarón. Porque Dios juzga la raíz del pecado y penetra donde los ojos humanos no logran evaluar. Para el Altísimo no importan las justificaciones dadas por una persona para defender su error, pues Él no es convencido por ninguna excusa usada para la práctica del pecado. Él ve el pecado en sí.
Irreflexivamente, Moisés desobedeció a lo que le fue mandado a hacer. El agua brotó para saciar la sed del pueblo, sin embargo, Dios los reprendió severamente a él y a Aarón: Por cuanto no creísteis en Mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado. Números 20:12
Note que el pecado de Moisés no fue carnal, cometido por una debilidad o una tentación, sino espiritual. Él desobedeció porque fue incrédulo. Y, viniendo de Moisés, Dios lo consideró un duro golpe, como la traición de un amigo, visto que Él lo honraba delante de todos y ahora estaba siendo deshonrado delante de Su pueblo. Su Nombre no sería santificado, ni recibiría la gloria debida. Moisés y Aarón prevaricaron contra Dios y usaron su posición de liderazgo con una motivación incorrecta. Deuteronomio 32:51
La incredulidad produce un comportamiento tan insolente y desaforado que pone en jaque la confiabilidad en la Palabra Divina, como si el Todopoderoso no fuese capaz de cumplir lo que promete.
El pecado le valió a Moisés lo que él más deseaba: terminar su misión. Él tuvo el placer, o el pesar, de avistar la Tierra Prometida de lejos, pero no pudo entrar, a pesar de insistirle, y mucho, al Altísimo. Para un líder como él, no podía haber habido nada más doloroso.
Delante de lo que le sucedió a Moisés, podemos considerar una preciosa lección: cuanto más conocemos a Dios y a Su Palabra, más temor y temblor debemos tener, pues Él tratará a nuestras fallas con criterios justos e individuales, y nadie estará inmune a las consecuencias de las faltas practicadas.
Obispo Macedo
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