Comunión con Dios, la vida espiritual, víctima de injusticia, vida cristiana,
¡Ah, qué día incomparable, aquel en el que el Espíritu Santo nos reveló el Santo Camino, que es el Señor Jesús! Aprendimos que andando por Él alcanzamos la Salvación.
En el inicio de la caminata, para la mayoría de los cristianos es temerosa, pues la memoria del pasado amargo todavía es vívida. Sin embargo, sin el debido cuidado respecto a la vida espiritual, el tiempo empalidece ese recuerdo, y los valores Divinos, poco a poco, se van perdiendo.
El temor al Señor y a Su Palabra es el más importante de ellos, pues es lo que hace posible la obediencia. En ausencia de ese principio fundamental de la vida cristiana, la persona queda suelta y sin freno ante cualquier tentación.
Quiere decir entonces que ella está en gran peligro, porque, frecuentemente, todos son incitados por el mal a pecar de alguna forma contra Dios. Vea que el propio Señor Jesús pasó por esa confrontación y fue tentado por el diablo. No obstante, por el temor reverente a Su Padre, resistió firme y nos enseñó cómo debemos reaccionar rápidamente a esa acción de las tinieblas.
Pero, cuando la fe no camina más tomada de la mano con el temor, la persona se torna vulnerable a los ataques del mal.
-Sin temor, ya no logrará mantener su integridad ante la facilidad de ser deshonesta y robar.
-Sin temor, no resistirá más la tentación de hacer clic en el material pornográfico que rutinariamente llega sin que sea solicitado.
-Sin temor es imposible mantener limpio el corazón al ser perjudicado y traicionado por personas queridas.
-Sin temor, no se mantendrá más serena y sin responder a las calumnias.
-Sin temor, no se opondrá más a las consistentes influencias recibidas en el trabajo, en la escuela, en el grupo de amigos, etc. sobre drogas, mentiras, sexo y maldades.
-Sin temor, no protegerá más su fe al ser víctima de injusticia o al ser juzgada.
-Sin temor, los deseos se amontonarán en su mente abierta y desprotegida, y, día más día menos, ella sucumbirá a la carne que grita por alivio.
Y así nace el pecado.
Mientras la persona sin temor tiene muchos motivos para caer, la que es temerosa, aun teniendo motivos verdaderamente desfavorables, permanece fiel. Tiene todo para desviarse de la fe, pero su temor es una defensa, por eso, lucha para mantener los pensamientos, las intenciones y los caminos puros.
Vea qué comprensión magnífica acerca del temor:
“Mi carne se ha estremecido por temor de Ti, y de Tus juicios tengo miedo.” Salmos 119:120
El salmista dice que no solo siente amor por la Palabra de Dios, sino que su alma se estremece de terror al pensar en los juicios del Altísimo en respuesta al pecado. Se le eriza el cabello de escalofrío por el pavor profundo de la disciplina que podría sufrir, en caso de que transgrediera.
Fíjese que él tiene temor a Dios y temor de Dios, por eso se aparta del pecado.
Quien posee ese temor, teme y tiembla solo de pensar en perder el privilegio de la presencia del Todopoderoso. De esa forma, para no correr ese riesgo, se perfecciona día a día en su comunión con Dios. Cada palabra oída o leída en las Escrituras Sagradas habla profundamente y alimenta su espíritu.
En contrapartida, aquel que perdió el temor puede tener conocimiento sobre las mismas cosas, ¡pero deambulará por las veredas tortuosas del pecado en su mente hasta que llegue el momento en que el diablo lo derribe de un único golpe!
Fundamentar la vida sobre el temor es fundamentarla sobre la Roca Eterna y así vivir seguro para siempre.
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